Llegar a Beijing nos costó 70€ (con su agua del Tibet correspondiente) desde la estación Shanghai Railway Station. En metálico, porque no es posible usar la tarjeta. Algo habitual en la ciudad. Nos hospedamos en Happy Dragon Blue, un hostel con bar/ restaurante (un poco carete), habitaciones privadas, limpio y hablaban inglés, incluso español (una chica muy maja, aunque deprimida por el trabajo. Literal. Nos dio penica). De nuevo, soltamos los billetes para pagar el hospedaje porque la tarjeta no está de moda por estos lares.
Nuestra primera visita fue un breve paseo por la Villa Olímpica. Una pérdida de tiempo que no merece pararse mucho tiempo, pero como está tan al norte de la ciudad (en metro se tarda desde el centro media hora) no tienes otras opciones cerca una vez que vienes a visitarlo. La anécdota de la tarde fue intentar cambiar euros en un hotel de cinco estrellas situado cerca de la villa y en recepción no hablaban inglés. (Supongo que contratarían a gente para las olimpiadas).
La capital sigue con los mismos precios que Shanghai, también con su caos en el tráfico donde las motos conducen sin ley, el metro en ocasiones es intransitable de la masa de gente que hay, siguen escupiendo en cualquier esquina, las calles de restaurantes huelen a noodles y hay baños públicos en todas partes (los hay sin puertas privadas, por lo que nos vimos en la tesitura de tener que mear al lado de un tio que estaba literalmente agachado plantando un pino. Curioso). En Beijing había mucho más turismo, pero siempre superado por los propios chinos más que por los occidentales, que llamábamos la atención y nos pedían hacerse fotos con nosotros (sobre todo chicas).
La primera impresión de la capital se hizo corta y frustrante por el viaje y el paseo “olímpico” por la villa, pero esa noche íbamos a dormir con ansias porque al día siguiente visitábamos: ¡La muralla china!
*Precios Marzo 2013.
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