Varanasi, India. |
Llegar de madrugada a una ciudad no es bueno, pero si es en India el shock puede ser mayor. Por la noche quedan los restos de basura de los mercadillos, las cagadas de vacas y perros que hay por doquier y oscuras y estrechas calles mal adoquinadas y llenas de barro. Quizás alguna rata corretea de un lado a otro en busca de refugio. Poco a poco, se puede obervar el despertar de la ciudad, como si de una vieja máquina de engrasar se tratase, los comerciantes empiezan a abrir sus minúsculos locales, los motoristas usan sin descanso sus claxos y los dueños de tuktuk se vuelven locos buscando clientes. Cuando el sol asoma los lavanderos ya tienen su ropa limpia y secándose en escaleras o colgadas de cualquier esquina y un mar de gente inunda las calles que no son aptas para claustrofóbicos.
Namaste!, te saludan para atraer tu atención. Incluso los mas avispados te hablan en tu idioma. Vendedores de fruta, juguetes, pantalones y camisetas, azucarados postres caseros, como las cuajadas o el 'Gulab jamun' (mi favorito), kioskos donde comprar agua embotellada y papel higiénico (dos compras habituales), incluso algunos te ofrecen hachis y marihuana, o pastas del 'amor', hechas también con alucinógenos. Hay mucha oferta y tan poca demanda que te persiguen, te agarran del brazo y te cuentan largas historias haciéndose los simpáticos con tal de sacarte unas rupias.
Ante tal torbellino de país podría sacar mi lado serio y rudo de Valladolid, pero ya no viajo solo. Virginia, otra mochilera de provincias, también pucelana, saca el lado simpático y su sonrisa para compensar mi bordería. Juntos vamos a recorrernos el norte de India y así compensar mis pesados y largos meses de viaje, en el que ya no soporto que me intenten tangar, con su amor y paciencia por el ser humano. Tanto es así que los indios le hacen fotos y quieren casarse con ella (verídico).
Tardamos dos días desde que salimos de Kadmandu hasta llegar a Varanasi. Varios buses, un carro con caballo, trenes y varias horas de retraso tuvimos que soportar para disfrutar de esta mística ciudad. Para cualquier occidental, la descripción con la que empiezo el post podría echarle para atrás venir a este país, pero asumiendo este caos, se puede disfrutar de una rica y ascentral cultura.
El rio Ganges es el corazón no solo de Varanasi si no de la India. Miles de personas viajan a esta ciudad a esperar la hora de su muerte para así ser incinerado y arrojado al río. Unas aguas sagradas en las que la gente lava la ropa, se baña y tira tanto cadáveres humanos como de animales. La ciudad tiene un gran atractivo que nos ha hecho sentirnos tan a gusto aquí que nos hemos quedado casi una semana.
Quizás fue que el primer día nos encontrásemos con Hugo, un mexicano que viajaba por tercera vez a la India y que nos enseñó sus rincones favoritos. El preferido era un restaurante nepalí donde nos habituamos a ir y empezamos a hacer amistad con mas turistas. La calle de nuestro hostal nos ha atrapado, no solo por ver a sus vendedores, a los cuales les saludábamos cada día, sino que también por sus perros callejeros. Sí, gracias a Virginia, una minúscula parte de nuestro presupuesto lo gastamos en comprar galletas para alimentar a estos animales. Incluso, a las vacas, que también les gusta este dulce, tanto es así que una de ellas se metió entre dos bicicletas para conseguir acercarse a mí. Ver a una enorme vaca venir a cámara lenta hacia mi fue una gran experiencia.
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